Artículos de Arte

Faber est suae quisque fortunae

Śiva Naṭarāja

Entre los nombres más destacados de Śiva se encuentra el de Naṭarāja, Señor de la danza. En esta advocación el cosmos es su teatro con un repertorio muy amplio.

Es imposible enumerar cada una de las diferentes danzas de Śiva que conocen sus adoradores, pero no hay duda de que la idea que da origen a todas ellas es, en mayor o menor medida, siempre la misma: la manifestación de la energía rítmica primaria que da origen al Cosmos. Śiva es el Eros Protogonos del que habla Luciano cuando dice: "Parece que la danza tuvo su origen al principio de todas las cosas, que nació junto a Eros y es tan antigua como él; podemos ver su baile primaveral en la danza coral que representan las constelaciones, los planetas y las quietas estrellas, con sus movimientos, sus cruces e intercambios en ordenada armonía".

Cualquiera que sea el origen de la danza de Śiva, se convirtió con el tiempo en la imagen más conocida del Dios. De las diversas danzas de Śiva vamos a mencionar solo tres, una de las cuales constituye el motivo principal de este artículo. La primera de ellas es una danza vespertina que tiene lugar en el Himalaya, en presencia de un coro celestial, aparece descrita de la siguiente forma en el Śiva Pradosa Stotra: "Con la Madre de los Tres Mundos sentada en un trono dorado, adornada con piedras preciosas, Sulapani danza en las cumbres del Kailása, y todos los dioses se reúnen en torno de ella: Sarasvati toca la viná, Indra la flauta, Brahma sujeta los címbalos que marcan el tempo, Laksmi comienza una canción, Vishnú toca un tambor, y todos los dioses los rodean: Gandharvas, Yaksas, Patagas, Uragas, Siddhas, Sadhyas, Vidyiidharas, Amaras, Apsaras y todos los seres que pueblan los tres mundos están aquí reunidos para presenciar la divina danza y escuchar la música del coro celestial a la hora del crepúsculo".

En las representaciones de esta danza Śiva presenta dos brazos, y la colaboración de los dioses aparece con claridad por su posición en el coro, indicando que no hay ningún Asura postrado bajo el peso de los pies de Śiva.

Izq.: Danza de Śiva, Cueva de Ellora nº 29, India.

Drcha.: Danza Tándava de Śiva, Cueva de Ellora nº 16, Templo Kailāsanātha, India.

La segunda danza célebre de Śiva se llama Tándava, y pertenece a su aspecto terrorífico como Bhairava. Se desarrolla en cementerios y crematorios, donde Śiva, por lo general en su forma de diez brazos, baila con Devi una danza frenética, acompañado por una tropa de traviesos diablillos. Las representaciones de esta danza son frecuentes en la escultura antigua, como sucede en Ellora, Elefanta, y también en Bhuvanesvara. La danza Tándava tiene su origen en una divinidad prearia, mitad dios, mitad demonio, que celebra sus ritos de medianoche en el crematorio.

En tercer lugar mencionaremos la danza Naṭarāja, objeto principal de este artículo, que se produce ante la asamblea (sabha) de dioses, reunida en la sala dorada de Cidambaram o Tillai, el centro del universo. La danza es ejecutada por primera vez ante los dioses y rsis después de la derrota de estos últimos en el bosque de Táragam, tal y como se relata en el Koyil Puranam. La leyenda, que al fin y al cabo no tiene una relación demasiado estrecha con el sentido real de la danza, puede resumirse como sigue:

En el bosque de Táragam habitaban multitudes de rsis heréticos seguidores de Mímámsa; Śiva, acompañado de Vishnú disfrazado de bella mujer y de Ati-Sesan, se dirigió a aquel lugar para discutir con ellos. En un primer momento los rsis se lanzaron a una violenta disputa entre ellos, pero su ira pronto se dirigió contra Śiva, al que trataron de destruir mediante encantamientos. Hicieron surgir del fuego sacrificial a un feroz tigre que intentó atacarlo, pero Él lo atrapó con una sonrisa amable y, con la uña de su dedo meñique, le arrancó la piel y se envolvió en ella como si fuese un vestido de seda. Sin atemorizarse por su derrota los sabios renovaron sus encantamientos y crearon una serpiente monstruosa, a la que Śiva volvió a inmovilizar colocándola en torno a su cuello como si fuese una guirnalda. Entonces comenzó a danzar, pero le fue arrojado un último monstruo bajo la forma del enano maligno Muyalaka. El Dios puso sobre la criatura el dedo meñique de su pie y le rompió la espalda, con lo que el monstruo quedó en el suelo retorciéndose de dolor; de este modo, y una vez postrado su último enemigo, Śiva retornó a la danza ante la mirada de dioses y rsis.

Izq.: Śiva Naṭarāja, siglo XI, Periodo Chola, Bronce, Musée Guimet, Paris

Drcha.: Śiva Naṭarāja , siglo XI, Periodo Chola, The Metropolitan Museum of Art, New York

Después de este episodio, Ati-Sesan adoró al dios, rogándole sobre todas las cosas que volviera a ejecutar una vez más aquella danza mística. Śiva le prometió que bailaría de nuevo en la sagrada Tillai, el centro del universo.

La danza de Śiva en Cidambaram o Tillai constituye el motivo principal de las imágenes de bronce de Śiva Naṭarāja, el Señor de la danza, que encontramos en el sur de India. Estas imágenes difieren entre sí en pequeños detalles, pero todas ellas expresan una idea común de fondo. El modelo que se describe por lo general para representar la imagen del Naṭarāja, representa a Śiva danzando, provisto de cuatro brazos, con el cabello trenzado y adornado con joyas y con los mechones más bajos del peinado arremolinándose en el baile. En su pelo puede llevar ceñida una cobra, una calavera y la figura de sirena de Gangá; sobre la cabellera del dios descansa la luna creciente, y aparece coronado con una diadema de hojas de casia. En su oreja derecha lleva un pendiente de hombre, y en la izquierda uno de mujer; está adornado con collares y brazaletes, un cinturón de joyas, tobilleras, pulseras y anillos en los dedos de las manos y de los pies. Una buena parte de su indumentaria la constituyen unos calzones muy ajustados, además de un pañuelo que se agita y de un cordón sagrado. Una mano diestra sostiene un tambor, la otra está haciendo el gesto de "no temáis"; una mano izquierda sostiene una llama y la otra señala hacia abajo, al demonio Muyalaka, el duende que sujeta una cobra, y al que pisa con el pie derecho, mientras el pie izquierdo está levantado. Hay un pedestal de loto del que brota un halo envolvente (tiruvasi) rodeado de fuego, que alcanza a rozar las manos que sostienen el tambor y la llama. Este tipo de imágenes derivan de las realizadas en el Periodo Chola, siglo XI, son de diferentes tamaños, pero nunca exceden más de un metro y medio de altura.

Bibliografía

Coomaraswamy, A.K., La danza de Siva, Ed. Siruela, Madrid, 1996.

Artículo publicado en Octubre de 2016 en la Revista Digital "Qué Aprendemos Hoy".

© Ramón Muñoz López