Artículos de Arte
Faber est suae quisque fortunae
El Gran Peñón de Māmallapuram
El sentido lúdico del escultor indio, siempre presente, encuentra su mayor expresión en el gran peñón esculpido de Māmallapuram (siglos VII-VIII), identificado como el Descenso del Ganges o la Penitencia de Arjuna y el Kirātārjunīya (Śiva disfrazado como Kirāta, con Arjuna). Se trata de un gran relieve tallado en las caras verticales de dos enormes peñascos, cada uno de unos 30 m. de altura y más de 50 m. de anchura, separados por una estrecha grieta que los divide de arriba a abajo y que proporciona el punto de referencia para una enorme colección de figuras y animales (algunos de tamaño natural), que miran a la hendidura.
Entre las figuras se incluyen dioses, semidioses y sabios en posiciones voladoras; una nāgarāja y un nāginī con colas de serpiente muy largas que una sobre la otra en la hendidura parecen estar nadando por una cascada hacia arriba. En lo alto de la grieta quedan los restos de una cisterna, que indica que en ocasiones ceremoniales se hacía fluir agua por ella. Al pie de la grieta la vida de un ermitaño (aśrama) fluye con calma junto al arroyo. Un joven asceta recoge agua, otro escurre su ropa mojada, otro se alza, con los brazos encima de la cabeza, mirando al sol (tapas) y, mientras, un viejo sabio se sienta en contemplación ante un pequeño templo que contiene una estatua de Vişņu. Encima de ellos, a la izquierda de la grieta, una figura de cuatro brazos más grande que el resto se puede identificar como Śiva por el largo tridente que lleva sobre el hombro y el cortejo de yakşas que le sigue.
La primera interpretación que se hace de este relieve tiene que ver con la leyenda del rey Bhagiratha, situado en el relieve frente a Śiva y con los brazos encima de la cabeza, mirando al sol (tapas) en posición de austeridad, pues su penitencia va dirigida a Gaṅgā para que descienda a la Tierra y cubrir así las cenizas de sus parientes, liberándolos de sus pecados. Cuando más tarde el rey se da cuenta de que tal descenso provocaría la inundación del Mundo se puso a realizar actos de austeridad para conseguir la intervención de Śiva, el cual, viendo la penitencia del rey, interpuso su cabellera para amortiguar la caída del río, dividiendo entre sus mechones el agua en multitud de arroyos, para que su fluir fuera más suave sobre los campos yermos de la Tierra.
En la segunda interpretación, el asceta frente a Śiva, se ha identificado como Arjuna, uno de los hermanos Pāņdava, que fue, tras practicar grandes austeridades, a rogar a Śiva, que aparece con la mano izquierda haciendo el gesto de concesión de favor (varada), y por tanto le da permiso, para vengarse de sus primos los Kurava. Este relato se desarrolla en el Mahābhārata, muy popular en tiempos de la Dinastía Pallava (que es de cuándo data este relieve), y es el tema de un largo poema en sánscrito, el Kirātārjunīya, obra del poeta del siglo VI, Bhāravi, nacido en Kāñcī. Dicho poema trata la historia del príncipe Arjuna que se encontraba en el Himalaya practicando una dura ascesis y hacía sacrificios a Śiva para implorar su favor y para obtener una parte de su poder divino. Entonces, Śiva se transformó en un cazador (Kirāta) y encontró a Arjuna en el momento en que un demonio en forma de jabalí quería atacar al príncipe, de modo que ambos hicieron frente al jabalí. Cuando el animal cayó muerto, se produjo una violenta disputa entre Arjuna, seguro de su victoria, y Śiva en la apariencia de cazador, sobre quién había matado al jabalí. En medio de la disputa, Śiva se dio a conocer, por lo que Arjuna se arrojó a los pies del dios y lo adoró. Śiva entonces dio al bravo Arjuna una de sus armas más mortíferas, el Pāśupatāstra (tridente o lanza).
Las figuras individuales de este vasto panorama son tan hermosas como cualquiera de la escultura india. Los sabios barbados en posiciones voladoras expresan una fuerza y una nobleza extraordinaria y los animales (en cuya talla los escultores indios siempre se han destacado) son excepcionales. Los dos grandes elefantes, con la minúscula cría dormida entre las enormes patas, como columnas, de sus padres; el gato que alza sus patas delanteras en actitud de penitencia, como si fuese un asceta más, y el ciervo que se rasca el hocico delicadamente con un cuarto trasero, muestran una capacidad de observación minuciosa del mundo natural que se traslada a la piedra de una forma asombrosa.
Bibliografía
Harle, J.C., Arte y Arquitectura en el Subcontinente Indio, Ed. Cátedra, Madrid 1992
Schleberger, Eckard, Los dioses de la India, Abada Editores, Madrid 2004
Artículo publicado en Diciembre de 2017 en la Revista Digital "Qué Aprendemos Hoy".
© Ramón Muñoz López